jueves, 5 de mayo de 2011

RECICLAJE. principios para la baja emisión de carbono en la edificación



Los principios de la arquitectura sostenible –denominada con múltiples acepciones más o menos descriptivas, puntualizadas y acertadas- suelen incidir sobre aquellos aspectos del diseño, el cálculo, la construcción, etc. de edificios que, aprovechando los recursos que ofrece la naturaleza, sean capaces de minimizar el impacto ambiental y las emisiones de carbono. Parece haber cierto consenso en que para lograr esos objetivos existen diferentes frentes de actuación, según las sucesivas etapas del proceso creador, constructivo y de uso:
·         En una fase previa, la realización de estudios y análisis pormenorizados de las condiciones climáticas, hidrográficas, ambientales, posicionales, etc. de manera que pueda conocerse, registrarse, cuantificarse lo más científicamente posible los diferentes recursos susceptibles de aprovechamiento en los futuros edificios.
·          En la fase de proyecto, diseñar soluciones espaciales y constructivas que permitan seleccionar -captar o el rechazar- las condiciones previas detectadas en los análisis.
·         Durante la fase de construcción, el empleo de materiales cuyo proceso de obtención de materias primas, fabricación, embalaje, transporte y puesta en obra, material sobrante y residuos que produce, sin olvidar su publicitación, marketing, condiciones laborales de los diferentes agentes que intervienen en el proceso, etc.
·         Cuando los edificios quedan en manos de los usuarios definitivos, la posibilidad de reducir al máximo los gastos energéticos (agua caliente, calefacción, etc.) al mantener el edificio la máxima inercia de confort.
·         Por último, y a largo plazo, el retraso en la obsolescencia de los productos y tecnologías empleados y, una vez acabada definitivamente su vida útil, que éstos puedan ser reciclados para nuevos procesos.
Sin embargo, esta declaración de intenciones tan cargada de lógica, suele entrar en conflicto con otros planteamientos. En nuestro país, como ocurre en otros estados de economía emergente, durante las últimas décadas los intereses políticos, económicos, sociales, inmobiliarios, urbanísticos, etc. van por caminos concienzudamente trazados, de manera que se hace difícil la convivencia con dichos valores medioambientales. La tendencia más inmediata cuando el dinero debe fluir, es a la inversión en bienes inmuebles, grandes infraestructuras, etc. cuyos precios siempre en alza, aportan beneficios inmediatos y sustanciosos, creándose una espiral imparable cuya tendencia es a inflar un globo de piel peligrosamente sensible y tensa, siempre a punto de explotar.
En 2004 saltó a las primeras páginas de la actualidad la alarmante noticia de que en España se estaban construyendo más viviendas que en Alemania, Francia e Italia juntas. Esta tendencia no paró hasta el anuncio de la crisis económica en 2009. Ninguno de los sucesivos gobiernos han sido capaces de poner coto a esta irracional actitud y hoy estamos pagando, con creces, la falta de previsión y codicia generalizada. Pero el daño ya está hecho y va a ser necesario el paso de muchos lustros, muchas generaciones para absorber y subsanar la degradación de nuestras ciudades y, sobretodo, de nuestros territorios, que irá en aumento en proporción directa al que sufrirá ese parque de viviendas ya construidas y deshabitadas. Incluso suponiendo que la mayoría de viviendas realizadas contaran con las bases proyectuales y constructivas de las que se ha hablado en el preámbulo de este artículo, en relación al empleo de técnicas de reducción de la emisión de carbono, la enorme cantidad de edificios construidos hace que todas esas medidas, todas esas previsiones y las supuestas buenas prácticas, queden en un lugar muy secundario, casi irrelevante, frente a la masiva ocupación de territorios vírgenes.

En este estado de exceso patológico, tan parecido al proceso degenerativo de los personajes de La Grande Bouffe, donde van engullendo ingentes cantidades de exquisiteces culinarias, para acabar lenta e irreversiblemente en una situación tan trágica como previsible. Sólo queda la reflexión acerca del futuro de la vivienda –se podría hablar igualmente de la desmesura en la proliferación de naves industriales, parques temáticos, centros comerciales…-. Repensar, investigar, aportar nuevas ideas y poner en primer plano aquellas premisas que normalmente se encontraban en los últimos puestos del interés profesional. De nada sirve la tecnología más avanzada si previamente no hay una conciencia verdaderamente ecológica o simplemente, lógica. Tal vez sea la última oportunidad y en ello nos jugamos mucho.
Antes de nada será necesario asumir dos premisas fundamentales, que en el fondo son una sola, para hacer frente a una situación como ésta, que en algunos casos llega a calificarse como de emergencia:
·         El territorio es un bien escaso.
·         Será necesario alargar el ciclo de vida de edificios y espacios.

A lo largo de los siglos XIX y XX se ha producido un desarrollo urbanístico sin precedentes debido al crecimiento demográfico y a la emigración de la población desde las zonas rurales hasta la ciudad. La mancha gráfica de cómo ésta se ha ido apropiando del territorio, desde la revolución industrial hasta la visión de futuro que ofrece la previsible Pentápolis global hacia la que nos acercamos, muestra una auténtica inversión en la topología del paisaje, lo urbano ha pasado de ser una isla en la inmensidad del océano rural, a constituir la práctica globalidad del espacio de la superficie terrestre, donde las áreas naturales y agrarias serán zonas inconexas, rodeadas de construcción, acotadas y protegidas. Así la ciudad, de ser considerada una institución cultural universal, peculiar, intrínseca y exclusiva de los seres humanos, una realidad socio-cultural y física que caracteriza la presencia del hombre sobre la Tierra, construida por acumulaciones sucesivas a lo largo de los siglos, ha pasado, en muy pocos años, a ser algo bien distinto, hasta el punto de que algunos lo denominan ya la NO CIUDAD.
Antes de seguir consumiendo territorio, de romper el frágil equilibrio de lo poco que aún no habrá sido edificado, será necesario reconsiderar cómo debe ser nuestra presencia en el Planeta. El problema de la ciudad futura es fundamentalmente un problema ecológico que afecta a la globalidad de sus habitantes y territorios, ya que ha superado la escala habitual de la ciudad, la región o el país. Las decisiones han de ser consensuadas, políticamente unánimes y espacialmente intercontinentales. Como explica Marisol García Torrente, “no tiene ningún sentido, o el sentido es limitado, continuar con los largos debates acerca de si las ciudades son lugares singulares, nodos de una red en el macro-espacio de los flujos, gobernadas por la sociedad Informacional, ni siquiera acerca de su forma, ni de su extensión, organización estructura o densidad, el gran problema de la CIUDAD DEL FUTURO, se ha desplazado a tratar de aquello que no es justamente la ciudad, a examinar el negativo de ésta, EL CAMPO”.
Llegados a este punto, el debate sobre la emisión de carbono debido a la construcción y uso de la edificación, debería trasladarse previamente a cómo debe racionalizarse, incluso racionarse, el uso del territorio. Entender la conveniencia y la necesidad de un cambio radical en este sentido es, a todas luces, prioritario.
A partir de aquí, tal vez haya que empezar a plantearse si, antes de continuar consumiendo un metro cuadrado más de terreno, no haya que volver la mirada a los bienes disponibles (probablemente suficientes para absorber un crecimiento previsible). Alargar la vida útil de los mismos, retomar situaciones que, a pesar de sus deficiencias y obsolescencias y de los posibles daños que ya hubieran ocasionado en el momento de su construcción, puedan ir poco a poco asumiéndose por el sistema. Para ello deberá tenerse en cuenta que:
·         La verdadera puesta en valor de cualquier edificio, elemento patrimonial, espacio público, territorio, pasa por el conocimiento exhaustivo y la redefinición de los valores del sujeto contemporáneo, entendiendo que el hombre de hoy no tiene un perfil nítido, ni regular, es un ser difícilmente clasificable en su globalidad y en su individualidad.
·         En cuanto a lo construido, desechar la idea de que es más barato demoler y construir de nuevo que reutilizar. El precio de las cosas no está en su costo inmediato o directo, sino en la repercusión general de cada acción. La industria de la construcción consume el 50% -cifra que va en aumento- de los recursos mundiales. Esta cifra es, a todas luces, insostenible.
·         Dotar de nueva vida a lo ya construido –reprogramar- pasa por una reflexión desprejuiciada y solvente, moderna y abierta, limítrofe con actitudes científicas, sociales, antropológicas, económicas, artísticas… capaz de asumir criterios formales al servicio del usuario y no al contrario.
·         Que la eficiencia energética no pasa por añadir una serie de gadgets de alta gama y sofisticación o superponer capas de aislamientos a una construcción. La tecnología deberá estar al servicio de la idea, incluso podría no ser tan necesaria como la industria y la normativa indican.
·         Nada más descorazonador que un cementerio de residuos tecnológicos que un día se pensaron como elementos capaces de salvar el medioambiente.
Poco a poco, y a pesar de su supuesta baja rentabilidad económica, parece que se van propiciando diferentes frentes de investigación en este sentido y que buscan, desde una actitud ecológica, minimizar los impactos sobre el medioambiente en lo referente al diseño de edificios para habitar. En este seminario se tratarán distintas perspectivas y modos de acercamiento al tema que van desde los esfuerzos de la administración por cambiar las estrategias generales, hasta el cambio en la docencia desde las Escuelas de Arquitectura y la práctica profesional para eliminar posicionamientos atávicos en la cultura arquitectónica, pasando por las investigaciones tecnológico-científicas que han de proporcionar instrumentos que intenten reducir las emisiones de carbono. Sería interesante haber contado con otras perspectivas como la de los usuarios finales, los promotores privados, los docentes de la enseñanza pública o los profesionales del sistema de salud.
Las fórmulas para la ampliación del ciclo de vida de los edificios (también para los espacios públicos) han sido variadas y han incidido sobre determinados aspectos, siempre legítimos, que en cada momento y circunstancia han servido para la definición del concepto mismo de la arquitectura. Intentando mirar un poco más allá de lo que se entiende como pura disciplina arquitectónica, de la idea de composición o forma, todas estas operaciones, sean del rango que sean y, más allá de su definición conceptual o de su calidad proyectual, en la mayoría de los casos, el bien se ha mantenido y ha podido ser reutilizado durante años o siglos, con el consiguiente ahorro de energía y, sobretodo, de territorio. Palabras como restauración, rehabilitación, reciclaje, reutilización, reprogramación, reaprovechamiento, recuperación o construcción con las sobras, nos transportan, más allá de consideraciones estilísticas, a maneras más que eficientes de ahorro energético y de conciencia ecológica.
Sería interesante analizar en profundidad las claves por las que estas estructuras han podido alargar tan ampliamente su ciclo vital. Intentando resumir diremos que la mejor de sus cualidades reside en su flexibilidad constructiva y espacial, capaces de adaptarse a múltiples situaciones de habitación, de trabajo, de realización rituales, etc. En su simplicidad a partir de materiales primarios poco rígidos y universales, se consiguen, por repetición, acumulación, anexión, complejas estructuras espaciales capaces de adaptarse en cada momento a las nuevas necesidades y circunstancias para las que se solicitan. Pequeñas operaciones han logrado el milagro de la renovación mil veces ensayada a lo largo de los siglos.  
Actuar con estos métodos ha dado resultados sorprendentes como devolver la cohesión social de un vecindario o la recuperación de barrios históricos degradados de la ciudad. Pero este campo de experimentación cuyos exitosos frutos han podido comprobarse en las obras de muchos arquitectos, se ha quedado pequeño. De lo estrictamente patrimonial es necesario dar un salto cualitativo para abrir nuevos territorios de experimentación. El gran reto que hoy se abre ante los profesionales se centra en los edificios, barriadas, polígonos industriales, espacios públicos, terrains vagues, o favelas que proliferaron, décadas atrás, a golpe de emergencia pública después de la guerra o insaciable iniciativa privada, cargado siempre de tintes especulativos, propios de un desarrollismo trasnochado. Devolver la dignidad a estos trozos inconexos y difusos de la ciudad se presenta hoy como el nuevo campo de actuación del arquitecto.
Pese a los posibles tintes demagógicos que esta reflexión pudiera contener, lo que sí resulta razonable a todas luces es que la arquitectura, necesita de una profunda redefinición de sus bases conceptuales. Cada vez se oyen más quejas de que la profesión está demasiado centrada en la experimentación estética y no lo suficiente en la vida de las personas y de los verdaderos valores sociales. El actual periodo de crisis económica debería ser una oportunidad para pensar sobre este y otros temas que nos atañen directamente, como arquitectos y ciudadanos.